Adriana Rodríguez
Ciencias Naturales
Víctor jamás imaginó que sus piernas pudieran correr tan rápido. Él, que con las justas aguantaba los 10 minutos de calentamiento en la clase de Educación Física en la secundaria, se sorprendía que ahora su paso sea como el de un atleta olímpico. Es que cuando tu vida depende de poder escapar de una enajenada avestruz, te salen fuerzas de donde no las tienes.
"¿Quién iba a pensar que las avestruces eran tan agresivas?", se decía a sí mismo mientras corría a la velocidad de la luz, o al menos eso pensaba él. Recordó que en clase de ciencias naturales en tercero de secundaria, anotó en su cuaderno que era una de las aves que no podía volar pero que corría muy velozmente. También que escondían la cabeza cuando estaban asustadas. Eso lo había confirmado en muchos dibujos animados. Entonces, cuando vio la oportunidad de robarse uno de los huevos más grandes que había visto en el criadero cerca del río, no lo pensó dos veces, sería como quitarle un dulce a un niño. “Seguro que se asustan de mi presencia o sino les grito y huyen”, se dijo con la seguridad y confianza que se tiene a los 19 años. Víctor no contaba con el instinto maternal avestruceño.
Como primera reacción, el animal emitió un chirrido amenazador aunque no muy fuerte.
Víctor no se amilanó, se acercó con cuidado y curiosidad. Ni siquiera pensó en gritar. Era muy temprano todavía. No quería incomodar. Si lograba su objetivo, podía vender el huevo por un buen precio y parchar los hoyos en su estómago. En el peor de los casos, si no lo podía vender, siempre podía comérselo, aunque prefería el dinero para no tener que comer huevo por tres días.
Tampoco había sido tan bruto de ir a la loca. Se había apertrechado detrás de unas cajas y unos atados de pasto seco que usaban en el criadero como forraje para otros animales. Las avestruces andaban a sus anchas en ese campo, estirando las piernas. Desde donde estaba sólo había podido divisar a una, esbelta, alta y alardeando de unas piernas robustas. Sus hermosas plumas azuladas eran fascinantes. Pero no se podía distraer por mucho tiempo, tenía que ser rápido y lo sabía. Nunca había tenido a una avestruz cerca pero tampoco quería arriesgarse. Posiblemente serían dóciles y se asustarían pero quería ahorrarse la fatiga.
Cuando el ave se fue a tomar agua, Víctor dio unos pasos sigilosos y avanzó hacia el nido. Fue ahí que escuchó el chirrido pero no lo detuvo. Continuó con su plan. Un paso más, luego otro y cuando ya estaba por tomar el huevo, sintió el viento cambiar de dirección y empujarlo hacia adelante. No supo si fue un guiño del destino, dándole una oportunidad a que sobreviviera o si fue purita suerte. Lo que sí estaba claro es que a la avestruz no le había gustado nadita que él se acercara al nido y había visto sus intenciones claramente desde la distancia donde estaba. Víctor abrió la boca pero no le salió nada. La volvió a cerrar, atrapando todo el oxígeno posible para salir disparado como alma que se lleva el diablo.
En su intento de evadir a la avestruz, Victor optó por meterse entre los atados de forraje y las maderas que se usaban para hacer las cercas. Pensó que eso sería una barrera suficiente pero las poderosas patas de la avestruz hicieron añicos todo eso. Víctor podía escuchar como crujían bajo el paso feroz del ave. Se le vinieron a la memoria retazos de las clases de ciencias naturales y a su profesora diciendo que los pájaros son descendientes de los dinosaurios, mientras se acomodaba los lentes de marco grueso. En ese momento le pareció gracioso que un dinosaurio inmenso quedara reducido a una simple ave. Las patas de las avestruces con sus filudas garras pueden desentrañar a un hombre si es que se sienten atacadas, agregó la profesora pero ya no le hizo mucho caso porque justo una chica que se iba al baño, le había dejado un papelito doblado en su escritorio.
Ahora, con la avestruz respirándole en la nuca, Víctor no dudaba de esa información ni por un instante. El chirrido desesperado sonaba a pterodáctilo y los restos de la madera habían sentido la fuerza de esas patas prehistóricas. En ese momento, Víctor deseó haber prestado más atención en clase de Ciencias Naturales.