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  • Foto del escritorAdriana Rodríguez

Corazón de alcachofa

La alcachofa es riquísima. Me encanta su corazón dulce pero que se convierte en ácido y salado cuando le echo el aliño que mi madre me enseñó a preparar. Cuando era niña era toda una aventura comerla no sólo porque primero había que tratarla con cuidado y hacer que le sacaran las uñas sino que luego había que deshojarla una a una para poder comerla, como un preámbulo al deshoje de margaritas que vendría después. Cuando por fin llegaba al centro se la pasaba a mi madre para que le saque las últimas espinas, las que se quedaban cerca del corazón y debajo de las uñas. Sólo entonces ahí, me entregaba al gozo de morder su suave centro al que tanto había luchado por llegar. Sin embargo, mi alegría era efímera porque en tres bocados, usualmente, ese festín se acababa. En mis manos yacía un tronco verde y raizudo, de sabor amargo y áspero, nada parecido al corazón de la alcachofa. Hasta pensaba que era parte de otro fruto. De reojo miraba a mi madre que ahora hacía el mismo proceso con la alcachofa de mi hermano, mientras yo secretamente guardaba la esperanza de que él no se lo comiera todo y me diera un pedacito de su corazón.


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