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  • Foto del escritorAdriana Rodríguez

Escape de la isla - Parte 1

Esperanza estaba parada en la cola para recibir su uniforme blanco como todos los demás. Ya tenía varios años haciendo este trabajo y le encantaba la posibilidad de descubrir nuevas tierras que ni se le hubieran ocurrido que existían cuando escribió su nombre en esa ficha en la agencia naviera.


Ahora, se alistaba para recibir a los nuevos pasajeros de esta aventura: un grupo de científicos en un crucero de investigación. Ella no sabía qué estaban investigando. Sólo sabía que ella debía servirles el café a las 7 a.m. y preguntarles si necesitaban más toallas. Todo con la más grande sonrisa que podía exhibir. Con tal de descubrir nuevos paraísos, le parecía un intercambio justo.


Los científicos estaban trabajando en algo muy interesante aparentemente. Todos se veían emocionados y a la expectativa de lo que podían encontrar una vez que llegaran a su destino. Se quedaban hasta altas horas de la noche conversando animadísimos, de modelos, teorías y probabilidades. Unos sacaban sus computadoras y se las mostraban a sus compañeros. Todos miraban con ojos grandes.


A Esperanza le gustaba esa vista. Las buenas vibras se contagian, pensó. Ella quería contagiarse de todas las posibles. Estaba un poco triste porque en su último descanso había conocido a un chico que la había hecho soñar otra vez, pero al tener que embarcarse le había dicho que no la podía esperar, que tres meses eran mucho tiempo, que él no sabía que podía pasar en el barco, no quería arriesgarse. Parada frente a él, no pudo más que lanzarle toda su decepción con la mirada y darse media vuelta. Y así se fue, derramando lágrimas silenciosamente. ¡BOOM! Escuchó de pronto y el remezón la sacó de sus tristes recuerdos. Era una explosión en el extremo opuesto del barco, estaba casi segura.


Uno de los pasajeros que todavía estaba en cubierta pasó rápidamente a su costado, abrazando su computadora y murmurando unas frases en otra lengua, como un mantra. A pesar de que dominaba varios idiomas, éste no era uno de ellos. Le preguntó si se encontraba bien en inglés, pero él siguió su camino de frente sin mirarla y aún derramando frases entreveradas en una lengua ignota. Una mujer de ojos grandes y hundidos se apareció en cubierta todavía en pijamas. En estado de shock, miraba fijamente al horizonte. Esperanza escuchaba por la radio que estaban dando la alerta de evacuar el barco. Tenían que congregar a todos los pasajeros en un solo punto y abordar las balsas. Esperanza se acercó a la mujer y, antes de que pudiera hablarle, la mujer volteó y le dijo apaciblemente:


Era verdad. Ya es muy tarde.


Esperanza se preguntaba ¿muy tarde para qué?


Por favor, camine conmigo tenemos que irnos pronto. No hay mucho tiempo.


El problema no es el tiempo. El problema es que saben que….


¡BOOOOOM! Una segunda explosión, mucho más fuerte y Esperanza saltó al mar ayudada por la onda expansiva y su sentido de supervivencia.


Una vez que salió a la superficie vio una balsa volteada en medio del mar y algunas cabezas flotando. No sabía quiénes eran. Ella todavía estaba un poco aturdida por las explosiones y tenía que nadar con cuidado. Poco a poco se fueron agrupando y vieron que la primera lancha que partió regresaba para recogerlos. No entraban todos en ella pero tuvieron suerte y fueron capaces de recuperar la segunda lancha volteada. Entre los técnicos del barco y unos pasajeros la hicieron funcionar.



Al final, serían alrededor de unas 20 personas en total las que pudieron sentarse, apiñadamente en esas dos barcas. Mientras se iban alejando hacia la costa, Esperanza pudo ver cómo las últimas explosiones, terminaban de deshacer el barco en el que ella había venido. Observó que a muchos las manos se le fueron a la cabeza, otros lloraban desesperadamente, pero la mayoría estaba, como ella, en silencio. Era mejor guardar las energías para lo que se venía.




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