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  • Foto del escritorAdriana Rodríguez

Escape de la Isla - Parte 3


Raúl y Esperanza respiraban agitadamente detrás de las rocas, no porque que sintieran el cuerpo del otro, caliente, firme y lleno de adrenalina, calzando perfectamente como dos piezas de un rompecabezas, sino por la sorpresa y confusión de ser atacados por el helicóptero que se suponía venía a rescatarlos.


¡¿Qué demonios acaba de pasar?! dijo Esperanza exasperada cuando el helicóptero ya había desaparecido en el cielo.


¡No lo sé! ¡Yo también estoy sorprendido! Vamos a preguntarle a Jonah dijo Raúl tratando de calmarla.


Espera. Antes de saltar del barco una mujer, una de tus compañeras, me dijo que ya era muy tarde, que ellos sabían algo. ¿Quiénes son ellos? ¿Qué sabían?


La expresión de Raúl cambió.


No le repitas eso a nadie. Voy a hablar con Jonahle dijo mirándola firmemente a los ojos.¡Jonah! ¡Jonah! exclamaba Raúl mientras corría a buscarlo.


Esperanza quedó más perpleja que antes. Quiso sacudirse el miedo que la había invadido dejando caer su cabeza hacia atrás y mirando las estrellas, contándolas y respirando a la vez. Después de unos minutos de hacer esto, recuperó algo de calma y caminó hacia el grupo congregado cerca a la orilla. Quería cerciorarse de que Filipa y sus amigos se encontraban bien.


Al llegar hasta ellos se enteró que dos muchachos estaban sangrando. Uno, tenía la nariz rota. La pelota de hule le había dado justo en el tabique, con suficiente fuerza como para quebrarlo. El otro, se agarraba el ojo izquierdo de dolor. Lo tenía hinchado y morado. Con suerte no lo perdería, pero Esperanza ya dudaba de la suerte. El resto de los tripulantes del barco yacían en la arena recuperándose del ataque.


Ofreció su ayuda con los heridos. Un muchacho que trabajaba en la lavandería del barco ya se había quitado la camiseta y la había partido en jirones para poder contener la sangre. Alguien trajo agua de mar y Esperanza les lavó las heridas a todos los que pudo mientras se escuchaban los grititos de dolor por el escozor de la sal. Varios tenían marcas rojas y moradas por todo el cuerpo. Felizmente algunos se dieron cuenta a tiempo y lograron esconderse como Esperanza.


***

Debajo de un árbol solitario estaban reunidos Jonah y otros cinco de los investigadores. Todos hombres, ni una mujer. Las únicas dos que estaban en el equipo habían fallecido en la explosión. Tal vez si Nadia, aquella mujer que habló con Esperanza en la cubierta del barco, estuviera viva, les podría decir quién estaba detrás de todo esto.


En el círculo se veían caras preocupadas, sobretodo la de Jonah. Furiosas también, como la de Raúl, quien se sentía engañado. Algo oscuro había detrás de este proyecto. Estaba seguro de que Jonah lo sabía todo desde un principio. Jamás hubiera aceptado la invitación, pensó. Pero hubiera sido difícil decir que no: laboratorio completamente equipado a su disposición, con personal calificado, un sueldo magnífico como investigador, viajes alrededor del mundo para asistir a conferencias y visitar a otros investigadores y, si necesitabas algún insumo, era sólo cuestión de días para que te lo trajeran. Un sueño.


La conversación en el círculo se tornaba más intensa cada vez. Gotitas de saliva provenientes de las bocas encolerizadas de Ruddy, Franco y Ashok —el biólogo, químico y epidemiólogo del equipo, respectivamente— brillaban en la profusa barba de Jonah. En el pasado Raúl lo había sacado de situaciones espinosas, pero esta vez Raúl guardó silencio, lapidariamente, mostrándole así su furia y total decepción. Los demás, levantaban las manos amenazantes al compás de los gritos. Jonah, con la cabeza gacha, sólo miraba la arena, aceptando todo ese vapuleo.


Filipa, que ya había sacrificado bastante en su vida, estaba encantada de ver las estrellas que tanto había estudiado, pero no a cambio de su existencia. Decididamente avanzó hacia el grupo de científicos y emplazó a Jonah:


—¡Hey, tú! Nos dijiste que nos vendrían a recoger, a salvar, y mira dijo Filipa mostrándole la parte más clara de sus brazos con las marcas del ataque.¡¿Qué está pasando?! ¡Tú sabes, y tienes que decírnoslos!


Todos los ojos estaban en Jonah.


Filipa, cálmate. Estamos tan desconcertados como tú. Es que esto no se supone que sería así… No sé quién envió ese helicóptero. Te lo juro.

— Sí, sí sabes –insistió Filipa

— No, no lo sé —la miró punzante.

— ¿Así? ¿Y cómo tu amiga me lo dijo?… Que ya era muy tarde, porque ellos ya sabían… —interrumpió Esperanza. No se pudo aguantar.

—¡¿Qué están haciendo, en qué cosa están trabajando?! dijo Filipa, perdiendo la paciencia.

—Una vacuna

¿Una vacuna? ¿Para qué? preguntó Filipa con las manos en la cintura

—Para un virus.

—¿El SIDA? —dijo Esperanza.

—No, otro, SARS-CoV2

—¿Qué? ¿Qué es eso? —preguntaron las dos al unísono.

—Es un poco complicado, pero en resumen es una enfermedad respiratoria y se esparce fácilmente. Puede llegar a ser mortal. Con esta vacuna podemos evitar una epidemia munidla, una pandemia. La vacuna beneficiaría a todos, a absolutamente todos, ¿por qué querrían matarnos por crearla? Ya estábamos en las fases finales de los ensayos en laboratorio, sólo nos faltaba la prueba en humanos, para después pasar a producirlas y ponerlas a disposición del mundo.


— ¡Ja! Tú pensabas que te iban a dar tu Nobel y ahora te quieren eliminar de la faz de la tierra —dijo Filipa en tono sarcástico.


— Pero ellos... ¿quiénes son los "ellos" de los que hablaba tu amiga? ¿Para quién trabajan ustedes? —insistió Esperanza


— Para PAD Internacional. Una organización de enfoque ambiental. Estaban interesados en esta vacuna porque se puede pasar a los humanos si se consume animales salvajes o se destruye el habitat de éstos. Una mordida de un animal que lleve este virus puede pasarlo a la humanidad entera.


— ¿Y por qué, entonces? ¿Por qué querrian matarlos a ustedes? —preguntó Esperanza.


—¡No lo sé! ¡Realmente ni siquiera sabemos si son ellos! No sé quien pueda ser. Nadie me daba mala espina. Hablé con el director de la organización y el consejo ejecutivo y todos parecían muy cabales. La mayoría eran investigadores, biólogos o epidemiólogos que habían trabajado antes en este proyecto ellos mismos. No pueden ser ellos. No puedo haberme equivocado tanto.


Filipa, que por un momento parecía apaciguada por las respuestas de Jonah, dio media vuelta y le espetó:


—¡Pues ya puedes ir pensando cómo nos sacas de esta porque yo no me pienso morir por tus estúpidas decisiones!


Jonah, no dijo nada, sólo miró al grupo con ojos llorosos y asintió en silencio.


Todos volvieron al absoluto mutismo, procesando todo lo que acababan de experimentar. No querían abandonarse a los brazos de la desesperación, pero era difícil. La mayoría lloraba muy bajito, casi para adentro. Los que estaban en el suelo golpeaban la arena lo más fuerte que podían. Esperanza miraba a Raúl por si sus ojos le decían algo más.


Raúl dejó a sus compañeros de laboratorio por un momento y antes de que la fogata se apagase regresó al cobertizo donde Esperanza se había refugiado. Era una cabaña simple e improvisada, hecha con dos troncos que sujetaban una plancha con más ramas y cubierta de palmeras. Por lo menos protegería de una posible lluvia esa noche.


Esperanza estaba echada mirando hacia el bosque que visitó el primer día. De pronto vio los zapatos de Raúl frente a ella.

¿Cómo estás? —le preguntó él.

—¿Cómo crees?

—¿Puedo sentarme junto a ti?

le dijo ella, pero Esperanza no se movió.


Raúl se acomodó junto a ella con las piernas dobladas.


Bueno, suena fantástico. Felicitaciones. Salvarán el mundo con esa vacuna si llegan a salir de aquí —dijo Esperanza sarcásticamente.


No sé que salió mal. No sé que pueda ser. Tal vez otra empresa nos quiera robar la idea... pero nosotros íbamos a donar la fórmula al mundo. Es decir no iba a ser patentada con un laboratorio. O al menos esa era la idea.


—En este momento creo que eso ya es irrelevante. Ahora necesitamos pensar cómo vamos a salir de este lugar antes de que regresen.


Raúl se recostó sobre la arena, paralelo a ella. y se puso a mirar el cielo estrellado a traves de los pequeñas rendijas que formaban las palmeras superpuestas. Se quedaron ahí en silencio un rato, sintiendo el peso del universo encima de ellos. Ella volteó y se encontró con su cara. Lo besó.

Saldremos de aquí vas a ver —le dijo Raúl acariciándole el rostro,

—¿Cómo estás tan seguro?

Tienes a todos estos científicos juntos. Algo se nos ocurrirá.

Esperanza se aferraba a la poca que le quedaba. Comtemplaba los ojos de Raúl y le quería creer. Parece sincero, ¿pero será posible salir de esta isla, regresar a casa?, pensó. No solo estaba en el querer. Cerró los ojos, lo besó y dejó que las manos de él recorrieran todo su cuerpo. Eso sí se sentía paradisíaco y esperanzador. Había que quitarse el miedo de alguna manera.


Foto: Umme Photos - Pixabay


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